El cuento del poeta callejero

Érase una vez un hombre que no tenía nada que comer. Y dormía.

Prendía fuego a su propio cabello. Y aún así podía dormir.


Hinchaba castillos hasta hacerlos volar consigo mismo dentro de ellos y en lo alto de las nubes hiciera bueno o malo conseguía conciliar el sueño.


Dentro de sus sueños regalaba sueños a pobres desamparados que no gozaban de este tipo de riqueza. Y despertaban estos desamparados como empresarios más que desahogados, de buen humor, sin saber de donde venía este, sin saber a quien agradecérselo.


Alguien descubrió el orígen de todo esto y montaron un tinglado para repartirse entre cuatro lo que hasta ahora era para todos.


Ahí empezó el insomnio. Y se contagiaba entre esos cuatro la imagen de un elefante verde nadando en alta mar luchando por sobrevivir hasta llegar a un remolino en el que inevitablemente se ahogaba. Pensándose que era una estratagema de su rehén lo liberaron. Pero el sueño persistía.


El no sabía cómo lo hacía. No ejercía el más mínimo control. Un día se dio cuenta de que los sueños que regalaba llegaban podridos. Así que tuvo que regalar recuerdos. Solo los buenos.


Hasta que se agotaron. Sí podía controlar en cambio los recuerdos malos. No quería compartirlos. Pero tampoco lo llevaba bien. Y empezó a mezclar champagne con miel. Y funcionó.


Siempre tuvo alma de poeta callejero pero nunca se había atrevido a realizarse en ese sentido. Cuando veía a la gente reir no se preguntaba porque lo hacían, simplemente le parecía bien.


Érase un hombre que asaltó la panacea con un tirachinas.

Érase un hombre que murió en el anonimato.

Y en su sueño eterno te visita cada noche.

Por un momento...

Imagínate que te quedan seis meses de vida. Que harías ? Hazlo. Y cuando pasen estos seis meses imagínate otra vez que solo te quedan seis meses de vida y actúa de manera igual. Y así hasta que te mueras de verdad.

Todos los proyectos.

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